martes, 11 de enero de 2011

Rousseau y Hobbes en "El Señor de las Moscas"

Aprovecho un trabajo hecho para la universidad para ofrecer un interesante análisis de la obra de estos autores, que siguen siendo una rémora de la sociedad actual, a través de su reflejo en la novela de Golding:


La corriente político-filosófica de la que partimos para el desarrollo de nuestro trabajo es conocida como contractualismo, cuyos principales exponentes son Rousseau, Hobbes y Locke aunque nos ocuparemos de los dos primeros por ser el antagonismo de sus teorías el telón de fondo de la novela analizada: El señor de las moscas, de William Golding.
Esta teoría surgida hacia el siglo XVII no constituye una corriente de pensamiento delimitada y hermética sino que parte de unas bases comunes para explicar la consecución de un mismo fin que no obstante, tomará diferentes formas. Los autores contractualistas parten de un estado primigenio o de naturaleza en que se desarrolla la sociedad antes de que ésta se decida de forma tácita a integrar la sociedad civil en la personalidad del Estado. Los dos autores que nos ocupan, Rousseau y Hobbes, confirmarán el carácter imaginario o presupuesto que atribuyen a la naturaleza humana y cuya diferencia notable entre ambos analizaremos posteriormente. Rousseau admite a regañadientes la inexistencia de un momento histórico en que el hombre viviera tal y como él describe: “Porque no es liviana empresa separar lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre, ni conocer bien un estado que ya no existe, que quizá no haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del que sin embargo es necesario tener nociones precisas para juzgar nuestro estado presente”. Del mismo modo lo aceptará Hobbes aunque no por ello infravalorando la importancia de su obra: “…aunque nunca existió un tiempo en que los hombres particulares se hallaran en una situación de guerra de uno contra otro…”
Como hemos dicho, el fin teórico por el que aboga cada escritor a través de su obra es muy similar: el bienestar y la paz social. Sin embargo, el medio para alcanzar dicho fin será algo divergente; aunque ambos subrayen la necesidad de crear un Estado, éste tendrá para uno un carácter más liberal y democrático mientras que para otro deberá basarse en el empleo autoritario de la fuerza.
Ambos autores pecarán de un cierto reduccionismo en diferentes vertientes que analizaremos también a continuación.

Rousseau VS Hobbes
Uno de los pilares de la tesis de Rousseau se apoya en el “mito del buen salvaje”. El filósofo francés parte de un optimismo antropológico para esbozar su teoría sobre el origen humano del hombre remitido al estado de naturaleza. Según Rousseau, el hombre natural es un ser vivo más a la altura de los animales, instintivo, sin razón, sin sociedad y por tanto, sin males. Pero serán dos características pertenecientes a todos los animales las que posteriormente diferencien a éstos del hombre: el amor a sí mismo, entendido como instinto de conservación y la piedad que todo animal tiene hacia sus semejantes.
Pero este estado originario no durará mucho llegando a imponerse lo que el francés denomina “el hombre del hombre”. Este concepto hace referencia al ser social, a la naturaleza humana que ha sido desviada y truncada de su esencia originaria originando los vicios y perversiones consagrados como la verdadera lacra del género humano.
Señala como paso importante la aparición en el hombre del amor conyugal y paternal, del que probablemente deriven otras vilezas como el orgullo, el odio, la vanidad, la envidia. Pero el verdadero paso hacia el ser social será promovido por la aparición de la propiedad. Hasta entonces la familia, como órgano inicial de la sociedad, había basado la producción en su propia subsistencia obteniendo los bienes indispensables para satisfacer sus necesidades. Pero, al contrario que Locke -que defiende la propiedad como derecho natural- y a su vez en consonancia con las futuras teorías de Marx, la propiedad era motivo y causa de alienación en el hombre pues sería a posteriori origen de desigualdades y en consecuencia, de conflictos y odios mutuos. En referencia al origen de la propiedad el autor enuncia lo siguiente en un tono aguerrido digno de cualquier líder populista contemporáneo: “el primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, asesinato, miserias y horrores nos habría ahorrado al género humano quien, arrancando la estaca y rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: ` ¡Guardaos de escuchar a este impostor!; ¡estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!´”.
De este modo, a fin de preservar los intereses y bienes propios de la amenaza del vecino, se constituirá un cuerpo legal en la persona del Estado. Cada individuo cede así su libertad a fin de alcanzar un beneficio mayor, aunque Rousseau señala que lo que pierde es igual al beneficio obtenido en tanto que el interés común coincidirá con las pretensiones propias de cada elemento del conglomerado social. “Encontrar una fuerza común que proteja de toda la fuerza individual de la persona y los bienes de cada asociado, y por lo cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes”
Aunque el francés ignora el verdadero momento en que este salto tiene lugar puesto que, como paso previo a la obtención del raciocinio que permita al hombre consensuar el contrato social, es necesaria la aparición del lenguaje puesto que ambos, lenguaje y razón, van de la mano y no se puede afirmar la existencia de una sin la del otro y viceversa.
Así, la libertad natural cuyos límites no excedían más que la capacidad y al fuerza del hombre evoluciona hacia una libertad civil cuya circunscripción se delimita por el interés general y la propiedad. El autor entiende a su vez que la libertad primitiva se haya subyugada al instinto animal mientras que es la libertad civil la que goza de un verdadero sentido por partir del consenso  racional y por proporcionar al ser humano un carácter moral. En esta misma línea, Rousseau propone un gobernante cuyo sistema de gobierno difiere del que propondrá Thomas Hobbes; el primero concede a la figura del gobernante la cualidad del deber, es decir, la idea de que el cumplimiento de las prescripciones que éste enuncie deben cumplirse en tanto que representan en el interés general por haber sido elegido por el soberano (término con el que Rousseau identifica al pueblo), mientras que Hobbes determinará que la subordinación a las órdenes del gobernante, aunque tenga un origen libre pues parten del consenso, se fundamentará en el uso del miedo y la fuerza como armas coercitivas del Estado. En palabras del francés: “es una convención vana y contradictoria estipular por un lado una autoridad absoluta, y por otro una obediencia sin límites”. Observamos así un claro posicionamiento del filósofo galo a favor de la Democracia por ser el auténtico reflejo de la libertad humana en el estado civil.
Como antítesis del pensamiento roussoniano tenemos la teoría redactada por el inglés Thomas Hobbes. Al contrario que el anterior, éste parte de un pesimismo antropológico del que derivará su opinión sobre la necesidad de establecer un Estado autoritario que mantenga el control social por medio del empleo de la fuerza, manteniendo a sus ciudadanas doblegados ante el miedo que supone el incumplimiento de las prescripciones estatales.
El citado pesimismo antropológico del autor británico radica en la naturaleza que otorga al hombre que sintetizará de la siguiente manera. A pesar de que la virtualidad natural del hombre se ramifique en dos polos opuestos como son la astucia y la fuerza, no hay hombre que no pueda vencer o hacer frente a otro, independientemente de la virtud que ostente y del grado en que posea la misma. A su vez, otro ejemplo con el que trata de clarificar esta situación de igualdad y tendencia al conflicto es la creencia que hace a todo ser humano pensar que se halla en posesión de la verdad, independientemente de los honores o títulos que avalen su rival o contertulio.
De esta igualdad de condiciones de la que parte Hobbes se deriva la desconfianza. El hecho de que dos sujetos alberguen las mismas posibilidades por alcanzar u obtener un fin hace que ambos individuos se conviertan automáticamente en enemigos enfrentados en esa lucha por la consecución de su objetivo.  Aunque el filósofo británico alude al fin disputado como su propia conservación, esta lucha puede extrapolarse a cualquier otro ámbito de la vida social.
Asimismo, Hobbes señala que cada sujeto espera obtener de sus semejantes una estimación similar a la que éste siente por sí mismo; es lo que podemos determinar como egoísmo natural que lleva al hombre a considerar la preponderancia de su persona sobre el resto.
Según el inglés serán tres las características inmanentes al ser humano que darán lugar al estado de naturaleza primitivo que presupone para esbozar su teoría política: la competencia, la desconfianza y la gloria. La primera llevará a los hombres a atacarse mutuamente en pos de alcanzar un beneficio; la segunda, para ganar seguridad; la tercera, para ganar reputación. Las tres harán uso de la fuerza para conseguir su finalidad. De aquí obtenemos la famosa frase del escritor: “el hombre es un lobo para el hombre”.
De este modo, Hobbes deduce que el continuo estado de guerra en que el hombre se encuentra fuera de la sociedad civil únicamente se solventa mediante una fuerza que los atemorice y los mantenga a raya.
Indica que el temor que infunde el Estado y la libertad van de la mano; no ya por el hecho de haber pactado libremente la asociación y posteriormente la sumisión al Estado (esto es lo que Pufendorf define como el doble contrato, es decir, la creación de la sociedad y la sumisión a la voluntad común), sino porque el hombre es libre de acatar o no la ley establecida, aunque ya se encargará el Estado de ser lo suficientemente severo para doblegar al individuo. “por ejemplo, cuando un hombre arroja sus mercancías al mar por temor de que el barco se hunda, lo hace, sin embargo, voluntariamente, y puede abstenerse de hacerlo[…]así también, un hombre paga a veces su deuda solo por temor a la cárcel, y sin embargo, como nadie le impedía abstenerse de hacerlo, semejante acción es la de un hombre en libertad”.
Es evidente la decantación del escritor inglés por un sistema de gobierno absolutista  en contraposición a lo defendido por el filósofo francés.
Reflejo en el Señor de las moscas
La obra del británico William Golding, El señor de las moscas, suscita un gran interés analítico que deriva principalmente de la lectura de Rousseau y Hobbes. Dado que el pensamiento de ambos autores es claramente antagónico, la novela girará en torno a las dos principales divergencias que distancian a los dos filósofos citados. Será por un lado la oposición entre la bondad natural del hombre y el egoísmo inherente a él, y por otro lado, la disputa entre dos formas de gobierno, la democracia y el absolutismo o dictadura.
 El libro se encuentra plagado de un fuerte simbolismo. El título de la obra por ejemplo tiene un significado bastante profundo pues su traducción al hebreo deriva etimológicamente en Belcebú, palabra que se atribuye en la literatura cristiana al príncipe de los demonios. Esto sin duda es una excelente alusión del novelista inglés a la maldad innata que habita en el ser humano desechando así el mito del buen salvaje de Rousseau. Asimismo, la portada de mi edición del libro presenta dos objetos que tomarán una gran relevancia en la obra y que a su vez connotan dos ideas o concepciones completamente opuestas: por un lado la caracola, que como explicaremos a continuación es símbolo del sistema democrático, y por otro, un palo afilado con la punta manchada en sangre que simboliza el empleo de la fuerza que distinguirá a los sistemas absolutistas.
La obra relata la estancia en una isla desierta de un grupo de niños que, tras sufrir un accidente aéreo, se ven obligados a subsistir por sus propios medios. Esta situación es la idónea para referenciar y simular el estado de naturaleza previo al estado civil. Además, el hecho de ser niños los protagonistas facilita el hecho de que aún no se hayan pervertido por la sociedad.
Los principales representantes de estas teorías son Ralph y Jack con sendos grupos de seguidores como si de Rousseau y Hobbes respectivamente se tratase.
 El primero es elegido como líder de manera consensuada para encaminar el interés general de la mejor manera posible por medio de un sistema de gobierno asambleario o democrático. Ralph, como líder que es, tratará de velar por el bien común –principalmente el rescate- para lo cual propondrá la necesidad de articular una serie de normas. Los debates y la proposición de normas son de carácter democrático y este valor de soberanía popular lo encarna una caracola se encuentran en la playa. Para obtener la palabra en la asamblea era necesario estar en posesión de la caracola. Ralph y su séquito representarán la bondad humana que a diferencia de lo que expone Rousseau, es independiente del grado de ingenuidad del sujeto, puesto que Piggy (fiel compañero de Ralph) goza de una gran cultura y capacidad de raciocinio y a su vez, de un alma benevolente y bondadosa.
Por el contrario, contamos con la personalidad de Jack. Éste se separará del grupo inicial cuando, tal y como enuncia Rousseau, antepone su interés personal al del grupo. Jack, en lugar de mantener el fuego encendido como todos habían consensuado para poder ser vistos, decide ir a cazar un jabalí; el fuego se apaga y casualmente un barco bordeará la isla sin avistar señal de humo alguna. Este hecho enfurece enormemente a Ralph y tras una discusión con Jack, éste decide escindirse del grupo inicial constituyendo un nuevo ente social en el que obviamente él sería el líder, entre otras cosas por gozar de la autoridad que le otorgaba un cuchillo. Este personaje ficticio encarna la maldad y el egoísmo humano; la primera característica reflejada en el ansia con que desea ir a cazar y la satisfacción que le supone disponer de la vida de otro ser; la segunda, el egoísmo, por la anteposición de sus deseos a los del grupo pues sus ganas de cazar le hacen prescindir de su obligación de mantener la fogata encendida. A su vez, Jack representa el sistema de gobierno absolutista o dictatorial en el que los súbditos, por el hecho de haber elegido seguirle, deben guardar lealtad y fidelidad a su persona. Asimismo, la existencia de un supuesto monstruo en la isla –que no resulta ser más que un paracaidista accidentado- encarna el miedo que un Estado totalitario utiliza para mantener el continuo estado de alerta en la población y legitimar la existencia de un poder despótico aunque firme que proteja al pueblo de esa amenaza.
La novela es una férrea crítica al reduccionismo del que pecan tanto Hobbes como Rousseau al limitar la naturaleza del hombre dando origen a una visión de la realidad sesgada y ausente de total rigor y veracidad.

2 comentarios:

  1. Le he echado un ojo rápido a la entrada sobre el libro ''El Señor de las Moscas'' de William Golding, libro que me estoy acabando (me queda un capítulo), y que gracias a esto lo entenderé mejor, ya que la historia en sí es fácil de comprender, pero tengo entendido que tiene mensajes más profundos, y que se observa un cierto paralelismo entre la sociedad que se crea en la isla con los niños y la sociedad del mundo actual. Ya me iré pasando más por tu blog para ver si hay novedades¡ por cierto soy Rodri¡ jajaja un saludo men¡

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  2. Me ha encantado tu reflexión y me ha ayudado con un trabajo que estoy haciendo sobre el Derecho en "El Señor de las Moscas", ¡gracias!

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